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Barcelona
y Santa Fe, 15 de
junio de 2024 Infancia
y salud MÁS
CESÁREAS ![]() Un bebé nace por cesárea, en Mozambique. Foto: © Gervasio Sánchez, de la exposición «Vidas minadas», Palau Robert, Barcelona, junio de 2024.
La
cesárea
no es una novedad. Los
antiguos egipcios la
dejaron documentada, por
tanto la practicaban. Y
también los antiguos
romanos. Se dice que
Julio César, emperador
romano, nació por
cesárea, y que a él se
le debe la ley cesárea,
que obligaba a extraer
el bebé del vientre de
toda madre que moría
durante un trabajo de
parto imposible, o que
estaba a punto de
hacerlo. Mucho
hemos
avanzado desde entonces.
Y si la cesárea es hoy
lo que es, fue porque el
objetivo era salvar al
bebé, aún a costa de la
madre, y sin consultar a
la madre. Pero supongo
que aquella madre sabía,
lo sabría por otros
casos similares, que si
su parto no progresaba y
ella dejaba la vida en
el intento, sabía que al
menos su bebé tendría
alguna oportunidad de
sobrevivir, y podía
entonces entregarse con
un cierto consuelo. Hasta
el 1700, la cesárea era
un procedimiento
desesperado y sin
ninguna perspectiva de
éxito, al menos para la
madre. O bien era el
recurso para extraer el
bebé de un vientre ya
muerto y poder darles
sepultura por separado,
tal como mandaba la
norma. Hubo una época,
en efecto, que cuando el
parto no progresaba y se
quedaba encallado, nada
más que esto podía
hacerse. Antes
de darlos por perdidos,
y en vistas de una
situación que ya no
tenía salida, cabía
preguntar a quién de los
dos intentarían salvar,
si a la madre o al bebé.
No era pregunta que le
harían a la madre, que
en ese momento estaba en
situación crítica, sino
tal vez al padre. Al
parecer,
la respuesta habitual
era que había que salvar
el bebé, puesto que la
vida del infante valía
más que la vida de la
mujer que lo había
gestado. Entonces se
procedía de inmediato
con una cesárea que
terminaba con el
sufrimiento, y con la
vida de la madre, pero
esto no era una garantía
de extraer de ella un
bebé que aún tuviera
posibilidades de
sobrevivir. Pero
si la respuesta era
salvar a la madre, tal
como fue haciéndose más
frecuente con el paso
del tiempo, el
procedimiento terminaba
de inmediato con la
vida, con la integridad
del bebé que estaba
allí, a punto de nacer
pero sin poder salir.
Pero tampoco había
garantías de salvar a la
madre, puesto que era
alta la probabilidad de
morir por hemorragia o
infección. Aunque
el pronóstico para la
madre y para su bebé
eran oscuros, casi
inexorables, la historia
de la medicina recoge
casos en que al parecer
hubo éxito, más para los
bebés que para sus
madres, aunque aquí debe
haber una parte de
leyenda. Un
caso que está bien
documentado, archivado y
que en su momento fue
publicado para
conocimiento de toda la
comunidad médica, es el
de una joven inglesa de
nombre Matilda, de 20
años de edad, en 1858.
Tenía una importante
discapacidad tanto
física como psíquica, y
esto obligaba a pensar
que un parto normal
sería imposible, y que
por tanto la única
opción era una cesárea
para intentar salvar a
quien se pudiera salvar.
A diferencia de las
otras cesáreas,
desesperadas, ésta se
hizo sin esperar al
último momento.
Sobrevivieron los dos,
la madre y el niño. El
caso fue notorio y abría
las puertas de la
esperanza. Un
caso similar se presentó
unos años más tarde en
un hospital de Londres.
La madre también tenía
una grave discapacidad
física. En un principio
se pensó en salvar la
madre a costa del hijo,
pero luego se decidieron
por una cesárea.
Sobrevivieron los dos a
la operación, pero ambos
murieron unos días
después. Es
probable
que en los archivos de
los hospitales
argentinos haya casos
como éstos, algunos con
éxito notorio, otros no
tanto. Son parte de
nuestra historia, y
conviene saber qué pasó
para valorar con más
acierto lo que pasa
ahora. Y es necesario
que los hospitales y las
universidades tengan
para esto suficiente
presupuesto porque, en
caso contrario, por un
puñado de monedas,
además de la salud y el
conocimiento del
presente, nos quitarán
el pasado, es decir, lo
que fuimos, luego lo que
somos. Cesáreas
y
equidad Cada
vez se hacen más
cesáreas en todo el
mundo, hasta el punto
que en 2018 la comunidad
médica lanzó un grito de
alerta por lo que ya
consideraban una
epidemia de cesáreas. No
se puede juzgar aquí si
hay razones médicas que
justifiquen que haya
cada vez más cesáreas a
costa de cada vez menos
partos por vía natural,
pero es fácil concordar
en que tales razones
resultan como mínimo
sospechosas. Ciertas
cifras
pueden fundamentar esta
sospecha. Según cifras
oficiales, en Argentina,
en 2011, nacía por
cesárea el 29% de todos
los bebés. En Brasil, en
cambio, también según
cifras oficiales, en
2017, más de la mitad de
los bebés nacieron por
cesárea (56%). Es decir,
casi el doble de
cesáreas. Cuesta
entender que haya
suficientes razones
médicas como para
justificar esta
diferencia. Para
tratar
de entender a qué se
debe tanta diferencia,
tal vez sea útil
recordar que tanto el
acceso a la facultad de
medicina como el sistema
de salud del país vecino
son muy diferentes de
los equivalentes
argentinos. Por lo
tanto, el tipo de acceso
a la universidad tiene
implicaciones decisivas
en la salud de la
población, tanto como
las tiene el sistema de
salud. Entonces,
entorpecer
el acceso universitario
y dificultar la labor de
los hospitales
universitarios con la
excusa pueril del
presupuesto implica
obtener peores niveles
de salud para el
conjunto de la
población. Aún
en las mejores manos, la
cesárea no está libre de
complicaciones. Es un
procedimiento más caro y
que requiere más tiempo.
Consume más recursos y
necesita más personal, y
personal más
cualificado. Considerando
que
los recursos, incluso
los recursos humanos,
tienen límites, hoy
estrechos, y que no
estamos lejos de esos
límites, la cesárea que
carece de justificación
médica es hoy una
operación que queda en
entredicho pues consume
de lo poco que hay. Y
esto es en particular
urticante en los países
no del todo
desarrollados, donde
también aumenta el
número de nacimientos
por cesárea a costa de
los partos por vía
natural. Es
en ciertos círculos
donde se habla del
derecho a la cesárea, es
decir, de la opción que
tendría una embarazada
para elegir el día y la
hora para tener su bebé.
Esta es una realidad
conocida, y próxima,
pero harto cuestionable.
Sobre este derecho, o
supuesto derecho, unos
dirían que es la
legítima libertad de
elegir más allá del
contexto e incluso de la
realidad, mientras que
otros, con mirada más
amplia, universal,
afirman que no sería
otra cosa que la onda de
egoísmo, poca
solidaridad e hipocresía
que hoy sacude al mundo. Es
precisamente
el sufrimiento, las
lágrimas que otros
derramaron, y derraman
aún hoy, lo que nos
tiene que hacer pensar
cuánto vale tener un
médico y una enfermera
al alcance de la mano, y
disponibles, y cuánto
vale tener un sistema
sanitario que, aún
imperfecto y en peligro,
llega a todos los
argentinos. Porque en
otros países no es así.
// Publica El Litoral,
domingo 23 de junio de
2024: html
- jpg. Más
información
en: «Caesarean
section: the history
of a controversial
operation» The Lancet
(2024), y en: «Trends
and projections of
caesarean section
rates: global and
regional estimates».
BMJ
Global Health (2021).
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