Barcelona
y Santa Fe, 28 de mayo y
1 de junio de 2024 Infancia
y salud SOBRE LA VIOLENCIA INFANTO-JUVENIL, o sobre la violencia contra los niños y los adolescentes Tres
chicos que hoy huyen
de la violencia, y son
por tanto testigos y a
la vez víctimas de la
violencia. Es probable
que mañana, por causa
de lo vivido hoy, sean
adolescentes
violentos. Podría ser
Santa Fe, o Barcelona,
pero por ahora es
Gaza. Foto:
© Luis de Vega (El
País, 16/04/24). Los actos de genocidio incluyen matar a los miembros de un grupo, causarles graves daños corporales o mentales, y provocarles deliberadamente unas condiciones de vida calculadas para ocasionar la detrucción total o parcial del grupo. -
Artículo para El
Litoral,
publicado el martes 04/06/24:
[html]
- [jpg] SOBRE
LA VIOLENCIA
INFANTO-JUVENIL Expertos
de medio mundo nos
recuerdan que los chicos
que son víctimas de la
violencia, o que son
testigos de ella por
haber presenciado actos
violentos en casa o en
la calle, luego suelen
presentar problemas de
salud mental. Y un
comportamiento violento.
Así,
la violencia engendra
violencia. La violencia
que sufre un chico o un
adolescente, y la que
observan en el entorno
donde están, no son
entonces hechos
pasajeros o inofensivos,
sino que son hechos que
les dejan secuela, y nos
afectan a todos. Con
estos conceptos comienza
la «Clasificación
internacional de la
violencia contra la
infancia», un documento
necesario que Unicef
hacía público hace ahora
un año, en junio de
2023. Son autores un
conjunto de expertos
procedentes de numerosos
países. En
las calles de Santa Fe
es habitual ver chicos
que son víctima de
alguna forma de
violencia, y entonces es
fácil pensar que ellos
serán, en cuanto tengan
la ocasión, violentos.
El documento antedicho
clasifica las formas de
violencia que reciben
chicos y jóvenes, y lo
hace así para luego
poder estudiar este gran
problema. Saber qué
pasa, y qué pasó, es el
primer paso para saber
qué hacer. Por
ejemplo: hace unos días,
un martes, caminando por
la peatonal San Martín a
media mañana, un chico
se me acerca y me ofrece
alfajores. Llevaba una
caja de cartón y en ella
unos cuantos alfajores.
Le pedí dos, y mientras
se los pagaba le
pregunté: ¿Cómo te
llamás? Me respondió:
Uriel. Le digo: Hoy no
fuiste al colegio. Me
dice: Hoy no. Le
pregunto: ¿Por qué no?
Me contesta rápido y sin
dudar: Porque robaron
los cables. Y luego se
alejó como rehuyendo el
diálogo. Delgado y más
bien bajo, tendría unos
1o años. Me
comí un alfajor mientras
caminaba en busca de lo
que rápido encontré. En
efecto, había otros
varios chicos de aspecto
semejante que vendían
los mismos alfajores en
la peatonal, y todos
llevaban la misma caja
de cartón. Al parecer
venden poco, casi nadie
les hacía caso. Esta
escena, que con
variaciones se repite
desde hace mucho tiempo,
de día y de noche,
demuestra cómo la
violencia ejercida
contra los chicos les
compromete el presente y
el futuro, tanto a ellos
como a sus familias, e
incluso a nosotros. Y
nosotros presenciamos la
escena como
acostumbrados, lo que
obliga a pensar en
indiferencia y
complicidad, y también
indica falta de
previsión puesto que
esta violencia de hoy
implica más violencia e
inseguridad para mañana. El
dicho documento
considera que el trabajo
infantil es una forma de
violencia contra la
infancia. Es el caso de
Uriel y de muchos otros,
puesto que con toda
probabilidad tienen un
adulto que les hace de
patrón, y que los hace
faltar a clase y salir a
vender bajo no se sabe
qué condiciones. El
documento se extiende
también sobre las
violencias por omisión,
es decir, por
negligencia, abandono,
indiferencia. Se trata
de la violencia que
implica el no atender
las necesidades físicas
o emocionales de un
niño: privarlo de amor y
respeto, de juegos, de
escuela, de alimento o
ropa, etc. Y también es
violencia el hecho de
obligarlo a hacer o a
presenciar cosas que no
son propias de la
infancia. Es
también el caso de
Uriel, porque alguien lo
obliga a hacer algo que
no le corresponde hacer
y para ello lo priva de
ir a la escuela, cosa
que sin duda le afecta
el presente y el futuro. Otras
formas de violencia son
obvias: la violencia
física, el abuso sexual,
el reclutar chicos o
adolescentes para formar
bandas callejeras, etc. Se
insiste en lo que
implica exponer un niño
a escenas de violencia
física o verbal, a
escenas de violencia
sexual, de machismo y
otros abusos, etc. Estos
hechos no les son
inofensivos, sino que
les pueden dejar
secuelas, tanto en el
desarrollo psíquico y
emocional como en el
tipo de comportamiento
que tendrán luego,
cuando les lleguen los
años rebeldes de la
adolescencia y los
tiempos difíciles de la
vida adulta. Sí,
la violencia lleva a más
violencia. Quien vive la
violencia luego ejerce
la violencia. En este
contexto, el papel de la
familia o de los
allegados más próximos
tiene un papel decisivo,
sea a favor o sea en
contra de los
comportamientos
violentos. Y la escuela
se confirma como un buen
lugar para enseñar cómo
es vivir en paz y
armonía, a la vez que
tiene la gran
oportunidad para
detectar casos de
violencia contra los
chicos y los
adolescentes, y actuar
en consecuencia. Estamos
viviendo un tiempo
marcado por la
violencia. Por la
violencia explícita y
por la violencia que le
precede, la del grito,
el insulto y la
prepotencia. Los chicos
son testigos de esta
forma de proceder, y sin
duda aprenden. Y también
son testigos de la
violencia institucional,
de palabra y de obra, y
de omisión, y de esto
también aprenden, como
aprenden además de la
mentira y el mal
ejemplo. La
mencionada
«Clasificación
internacional de la
violencia contra la
infancia» es un
documento que en inglés
está gratis en internet
bajo las siglas ICVAC,
de «International
classification of
violence against
children». Violencia
doméstica e
institucional Otros
dos documentos, ambos
breves y en castellano,
pueden ser igual de
útiles para entender que
la violencia que los
chicos ven con sus
propios ojos, o viven en
sus propias carnes, o
escuchan con sus propios
oídos, está presente y
en abundancia en nuestra
comunidad de
santafesinos. Se
trata de «Perfil
estadístico de la
violencia contra la
infancia en América
Latina», publicado
por Unicef en 2022. Y de
«Situaciones
de violencia en los
hogares: detección y
prevención desde las
escuelas»,
publicado el mes pasado
por el observatorio
Argentinos por la
Educación. Este último
documento deja claro y
evidente que la escuela
argentina, pública y
privada, tiene un papel
decisivo, una
oportunidad valiosa para
enseñar los buenos
valores y para
identificar las
situaciones de
violencia. Los chicos
aprenden, y este
documento nos lo
demuestra. Ahora
quiero detenerme en la
foto que ilustra esta
nota, porque parece
corresponder a cierta
realidad santafesina.
Pero no son chicos de
Santa Fe, aunque es
evidente que son
víctimas de la
violencia. Son chicos,
tres hermanos que huyen
del genocidio de Gaza. Y
mientras el mundo
repudia este genocidio
que se ensaña con los
niños y los jóvenes, y
reconoce a Palestina
como país con derechos,
la autoridad argentina
corre a caer rendida a
los pies de quienes hoy
son los artífices de
esta violencia, o amigos
y luego por tanto
cómplices. Varios
miles de chicos murieron
en este conflicto, otros
tantos quedan con
secuelas, o perdieron a
sus padres, la vivienda,
la escuela, el hospital.
Entre otras cosas, este
conflicto demuestra cómo
la violencia lleva a más
violencia, y que de la
violencia verbal, y por
omisión, y por
prepotencia, y el
menosprecio por las
otras personas, de esto
se pasa rápido a una
escalada de violencia
que no parece tener fin.
Es lógico pensar que los
tres chicos de la foto,
víctimas de una
violencia irracional,
serán pronto artífices
de una violencia igual
de irracional. Y así
sucesivamente, allá y
acá.
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