Santa
Fe, Argentina, 3 de mayo
de 2024 Infancia
y salud FIEBRE
EN
EL OCHO Tomé
el ocho en general Paz
al siete mil poco antes
de las cuatro de la
tarde, el martes. Y de
inmediato me llamó la
atención un chico, que
estaba en brazos de su
madre, porque parecía
tener fiebre. Entonces
el ocho arrancó no sin
ciertos tirones,
ruidoso. Pensé, qué feo
tener fiebre y estar a
bordo de un colectivo
que se sacude. De
aspecto más bien gringo,
tendría unos tres años.
Seguía mirándome con
mirada de fiebre, con
esos ojos vidriosos,
como mojados,
elocuentes, que tienen
los chicos cuando la
fiebre les acecha
próxima, o cuando ya
están con fiebre. Pero
en seguida cerró los
ojos y volvió a sumirse
en el cobijo protector
de su madre, o tal vez
para negar una realidad
que le era hostil. Tenía
fiebre, o al menos en
mucho me lo parecía. Y
pensé que en medio de la
epidemia de dengue que
asola la ciudad de Santa
Fe, un diagnóstico
probable para esa fiebre
bien podría ser,
precisamente, el dengue.
La fiebre no es una
enfermedad sino el
síntoma de una
enfermedad. Entonces
imaginé toda la escena:
el hijo tiene fiebre y
su madre sale con él en
busca de atención
médica, sea un médico
general solvente en
pediatría, sea un
pediatra con similar
solvencia. El
ocho avanzaba inclemente
con sus ruidos y sus
sacudones, ajeno sin
duda a la necesidad del
paciente, que seguro
quería silencio y
quietud. Espasmódico,
giró a la derecha y tomó
Ángel Casanello. Pensé
que el niño y su fiebre
y su madre se bajarían
unas cuadras más allá,
en el centro de salud
Alberdi, pero no lo
hicieron. Tal vez ya lo
sabían, tal vez por
propia experiencia.
Presté atenció a mi
izquierda. Al pasar el
colectivo por el frente,
pude ver que el centro,
minúsculo pero de
puertas abiertas, tenía
un cartel que anunciaba
que ya no tenían vacunas
contra la gripe. Pensé
en una negligencia, o
una incompetencia
quizás, pues estamos en
tiempo de vacunarse
contra la gripe, tanto
niños como adultos. Y si
un centro ya no tiene
esta vacuna, y en
consecuencia ya no puede
vacunar a la población a
la cual debe servir, es
que hubo una previsión
mal prevista, tal vez
por impericia, tal vez
por confundir la propia
opinión con la necesidad
real. Para
saber más, y tratar de
entender por qué no se
bajaron allá, busqué las
características de este
centro de salud en
internet, y me
sorprendió descubrir que
no tiene médico, o que
no suele tenerlo, y
menos por la tarde.
Pensé, qué curioso que
un centro de salud de la
ciudad, en medio de una
epidemia de dengue, ni
médico tiene. Según
la información oficial
que encontré en
internet, no todos los
centros de salud tienen
pediatra y médico de
familia de lunes a
viernes. El horario de
atención suele ser
corto, y por tanto es
probable que resulte
insuficiente para
atender a toda la
demanda. Y no suele
haber atención médica en
horario de tarde.
Entiendo que sí hay
atención de enfermería,
y entonces las
enfermeras y los
enfermeros podrían
asumir roles más
relevantes, tal como ya
se ensaya en otros
países. Es
evidente que Santa Fe
tiene que repensar su
pediatría, pues a la
vista está, y desde hace
tiempo, que tal como
está no está bien, ni es
eficiente, ni es
suficiente, ni responde
a la necesidad de la
gente. Repensar la
pediatría puede parecer
un desafío difícil de
asumir, dado que suele
haber reticencias a los
cambios, pero sin duda
es algo que hay que
hacer. Con
estas cavilaciones me
llegó el punto de
destino y me bajé del
colectivo. El niño
febril y su madre
seguían a bordo, y pensé
entonces que iban al
Hospital de Niños. Pero,
según se viene
comprobando desde hace
tiempo, y cada vez peor,
en la guardia de este
hospital tienen
problemas de personal,
tal vez porque el
personal está cansado de
un trato impropio, tanto
en lo profesional y
laboral como en lo
personal. Estos
problemas de personal
resultan extraños y tal
vez sospechosos,
difíciles de entender
porque este hospital es
la institución más
interesante de la ciudad
para que tanto un
pediatra como un
aspirante a serlo puedan
desarrollar una buena
carrera, tanto en lo
profesional como en lo
personal. Es sin duda la
mejor opción, la mejor
institución de
pediatría. Entonces no
se entiende. O será que
hay quienes se
aprovechan y abusan, y
al actuar así
contribuyen a crear el
mal ambiente, tóxico y
crónico, que ahuyenta a
los candidatos a
pediatra. Esto es lo que
se dice, pero no sé si
es del todo cierto, o si
por el contrario se
queda corto. Alguien
debería acercarse y
mirar. En
la C verde Tres
días antes, casi al
mediodía, yo esperaba la
C verde en Rivadavia,
zona de sanatorios,
cuando observé que a mi
lado también esperaba el
colectivo una chica,
veinte años quizás, tal
vez un poco más, que
tenía en brazos a un
recién nacido. El bebé
no tendría más que unos
pocos días de vida, y se
veía tranquilo y feliz,
con los ojos cerrados.
El cabello, abundante y
negro. La
chica en cuestión sería
con toda probabilidad su
madre. Lo sostenía sobre
su antebrazo derecho, y
con la mano de este
mismo lado sujetaba el
muslo de su bebé con el
evidente propósito de
evitar cualquier caída
accidental. Parecía
preparada para la
difícil tarea de subir a
la C con un recién
nacido dormido y
acomodado en su brazo. La
madre tenía un gesto
como de dolor, como
quien aguanta, pero a la
vez el gesto parecía
indicar una firme y
decidida determinación.
Y el bebé parecía
acompañar la actitud de
su madre pues tenía
ambos puños cerrados con
firmeza, tal como es
habitual observar en
todos los recién
nacidos. Entonces llegó
la C, a los tirones,
resoplando. Dos
o tres personas subieron
antes que ella, tal vez
sin considerar que la
madre y su bebé tenían
un prioridad evidente.
Con movimientos
calculados, con suma
prudencia, con todo
cuidado, cautela, sin
apuro, la madre subió a
bordo de la C. Fue una
subida de alto riesgo
porque los escalones de
esa unidad son altos y
estrechos, difíciles de
subir, y estaban sucios
con arena seca, y esto
favorece un resbalón. Sujetándose
con la mano izquierda en
los pasamanos del
colectivo, la madre
consiguió por fin
superar todas las
dificultades, y subió.
Subí detrás de ella. Se
detuvo un momento para
sacar la tarjeta Sube
del bolsillo con la mano
izquierda. La acercó a
la máquina y ésta le
cobró algo más de
setecientos pesos. Entonces
pensé que a un senador
le pagamos el avión para
que pueda ir a trabajar,
pero una madre que acaba
de parir debe pagar de
su propio bolsillo el
boleto del colectivo. Y
mientras aquél puede
duplicarse el sueldo,
sin por ello tener que
trabajar más, esta madre
se debe conformar con
una asignación que no
alcanza para criar un
hijo, y que siempre
estará sujeta al
criterio de quien cobra
mucho más. Varios
se pusieron de pie para
cederle el asiento a la
madre y a su bebé
neonato. Y ella se vio
de pronto envuelta en un
dilema: a quién de los
varios que se lo
ofrecían le aceptaría el
asiento. Decidió rápido,
y le aceptó el asiento a
una señora que le
duplicaba el peso y que
bien podría haber sido
la abuela del bebé. Yo
me senté más atrás. Y
mirando por la
ventanilla pude ver al
cabo de unos minutos que
el centro de salud de La
Guardia estaba cerrado,
pese a la epidemia de
dengue y a los muchos
chicos que viven por
allí. No se entiende. No
es al senador a quien
hay que proteger, sino a
las madres y a sus
hijos. Porque podemos
prescindir de un
senador, y muchos países
lo hacen, mientras que
no podemos prescindir de
los niños. Éstos son el
futuro, mientras que
aquéllos ya huelen a
naftalina. // Publica El
Litoral,
viernes 03/05/24: [html]
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La
infancia
es universal, y la de
Santa Fe en concreto
pide respeto por favor,
y que la tengan en
cuenta, en los centros
de salud, en la escuela,
incluso en el colectivo.
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