Barcelona
y Santa Fe, 18 de
noviembre de 2023 Infancia
y
salud CAPRICHO DE NACER ACÁ O ALLÁ Las
dos nenas llegaron en
avión cuando no tenían
ni un mes. Hoy tienen
mes y medio, y ya
están separadas. El
caso era complejo, y
nadie en el hospital
tenía experiencia,
pero todos tenían
buena voluntad, buena
onda, manos hábiles,
conocimientos y ganas
de tener más, espíritu
de consenso y la
necesaria tecnología.
Habían nacido en
Mauritania, que es un
país pobre e islámico
del norte de África.
El sistema sanitario
es aquí mínimo. De
nombre Khadija y
Cherive, las dos nenas
nacieron siamesas,
pegadas, unidas por el
abdomen. Tenían un
único abdomen para las
dos, pero por suerte
los órganos
abdominales
duplicados. No
obstante, interpreto
que el intestino
delgado era uno para
las dos, o que en
algún punto se unían
con amplitud, el
intestino de una con
el intestino de la
otra. Ambas tomaban
bien el biberón,
algunas con leche de
madre y otras con
leche de bebé, y con
avidez, y ganaban
peso. Nacieron con un
único cordón
umbilical, el 8 de
octubre. El
avión que las fue a
buscar despegó de
Barcelona, y a bordo
iban, entre otros,
pediatras y enfermeras
de pediatría, de
neonatología, del
hospital Sant Joan de
Déu, un hospital que
tal vez los
santafesinos
recordarán, aunque con
decepción y tristeza.
De regreso con las dos
nenas y la mamá, y el
papá, una ambulancia
las llevó al hospital
y allí quedaron
internadas. Sin
oxígeno, con un gorro
blanco, la piel
morena, venían bien,
mirándose la una a la
otra. Habían pesado al
nacer, las dos juntas,
poco más de cinco
quilos. Mientras
esto pasaba en una
orilla del
Mediterráneo, en la
orilla de enfrente
morían muchos bebés y
niños, muchos, todos
los días, día tras
día, por causa de un
renovado deseo de
venganza, de los
aviones más modernos,
de las bombas de alta
tecnología, del poder
sin escrúpulos, la
certeza de la
impunidad. Al primer
mundo, occidental y
cristiano,
desarrollado y
tecnológico, rico y
culto, generoso y
respetuoso por los
derechos humanos, el
masivo infanticidio no
parecía importarles en
lo más mínimo. Estados
Unidos, luego Gran
Bretaña y Francia, por
ejemplo, aceptaron
rápido y de manera
implícita el
genocidio, sin por
ello sufrir arruga
alguna en sus
pantalones, por cierto
que bien bajados para
la ocasión. Así,
con las vergüenzas a
la vista, hablando en
un inglés muy
británico, en un
clásico inglés
americano y en un
elegante francés, se
justificaron aduciendo
un supuesto derecho a
defenderse, el cual al
parecer conlleva el
derecho a contraatacar
sin descanso, sordos
los oídos, hasta
cansarse de matar
culpables e inocentes
por igual, y
destruirlo todo. La
defensa es una cosa,
el ataque con saña y
abuso es otra bien
diferente. Dejó clara
la decisión de que no
quede ninguno, es
decir, el genocidio
como limpieza étnica,
y hay que ver quién lo
dice. En
todas las guerras, son
los chicos quienes se
llevan la peor parte.
Ante una explosión en
un entorno urbano, la
muerte de niños es
mucho más probable que
la muerte de adultos.
Y el niño no muere
plácido, sino
despedazado,
aplastado, estampado
contra una pared por
la onda expansiva. «Era
una
niña de 10 años en
1992 cuando Kabul
fue bombardeada una
y otra vez, y la
vida se convirtió en
un infierno de
hambre, miedo y
horror.» Así
empieza un documento
necesario, una larga
carta donde esta niña
expone el horror que
vió, sintió y vivió en
Afganistán. Pero nada
ha cambiado, porque la
guerra, acá o allá, es
la misma. Este
documento lo publicó
el diario The
Guardian el
pasado 31 de octubre.
La autora es hoy, por
supuesto, una férrea
activista que lucha
para que los poderosos
dejen de matar chicos.
Traduzco aquí unos
párrafos: «La casa había quedado muy dañada.
El cohete había
atravesado la pared y
había destrozado todas
las ventanas. La casa
estaba en silencio, lo
que resultaba
siniestro. El hijo
menor estaba tumbado
en un rincón del
salón, herido, con la
piel amarillenta y
vendado. Parecía soñar
despierto, con los
ojos fijos en el
techo. Sentí náuseas.
Algo en lo más
profundo de mi pequeño
cuerpo de niña me
decía que se estaba
muriendo. Cuando murió
lo enterraron en el
jardín, en una tumba
con forma de niño. «Mi
tía
nos animaba a comer lo
que sea que
tuviéramos, y nos
contaba lo que había
oído
decir a los vecinos,
que hierven
los huesos tres o
cuatro veces para
hacer un mismo caldo
tres o cuatro veces, y
se toman eso
sin
nada más.
Un
tiempo después
empezaron a circular
los rumores que
decían
que los
padres habían empezado
a darles veneno para
las ratas a sus hijos.
Porque no podían
soportar verlos morir
de hambre. «Cada
vez que caía un cohete, moría
un niño. Me enteraba
de la muerte de mis
compañeros
de
clase, de mis
vecinos. Niños
que antes corrían
jugando al escondite
y a la rayuela. La
alegría de trepar a
un árbol, las
travesuras, las
pataletas, todo se
ha ido, todos se han
ido.» Mirando
el partido Algunos
de éstos que hablan
del derecho a
defenderse, y que como
si nada siguen mirado
el partido, tal vez
sepan que Francia
invadió Mauritania en
1902, y que se la
agarró como colonia
durante más de medio
siglo, quizá porque se
trata de un país pobre
e ignorante pero con
un subsuelo rico en
oro. Mientras
las siamesas llegaban
a Barcelona
procedentes de
Mauritania, en Gaza
comenzaba la invasión
terrestre. Más o menos
la mitad de los
muertos son bebés,
niños o adolescentes.
Entonces me doy cuenta
de que si en
Mauritania nacen bebés
siameses, debe ser que
en Gaza los bebés ya
nacen terroristas. La
esperanza de vida en
Mauritania es muy
inferior a la de
Francia, Gran Bretaña,
Estados Unidos, Israel
o Argentina. En Gaza
casi que no saben qué
es ésto de la
esperanza de vida. «Aprendí
que morir es mejor que
quedar herida o
mutilada. Los
hospitales estaban
desbordados de heridos
y de casi muertos.
Escuché historias de
gente que moría por
metralla en la cara,
de muertos que
tardaban días y días
en morir. De personas
que se desangraban
tras haber perdido un
brazo o una pierna por
una explosión, de
niños que morían
desangrados en brazos
de sus padres, ya sin
brazos o sin piernas.» El
procedimiento para
separarlas, a Khadija
y Cherive, fue
complejo y costoso,
pero terminó con
éxito. Entonces me
pregunto cuánto vale
la vida de un niño, y
cómo se calcula este
valor, y quién lo
decide. Aquí se gastó
un cierto dinero para
devolverles la
dignidad a dos niñas
siamesas, unidas por
el capricho de la
vida, y allá gastan
mucho más dinero en
matarlos porque el
capricho de la vida
los hizo nacer en
Gaza. Mientras
los mataban, insisto,
los países que se
dicen desarrollados, y
Argentina, mantenían,
mantienen, una actitud
discreta, como quien
está en otra, como que
no me molestés que
estoy mirando el
partido. «Supe
de mujeres que daban a
luz mientras morían a
causa de las heridas,
bebés que nacían justo
cuando la madre se
desangraba por las
heridas de la
metralla.» Publica
El
Litoral,
sábado 18/11/23: html. Referencias: «I
remember the silence
between the falling
shells: the terror
of living under
siege as a child.»
I was 10 years old in
1992 when Kabul was
bombarded by warring
forces, and life
became a cycle of
hunger, fear and
horror. Then as now,
children bear the
brunt of war. «El
hospital Sant Joan
de Déu operará a dos
siamesas recién
nacidas para separar
sus cuerpos.»
Las
gemelas
Khadija y Cherive,
procedentes de
Mauritania, nacieron
el 8 de octubre unidas
por el abdomen. «5
hores i 20
professionals per
separar les siameses
de Mauritània a Sant
Joan de Déu.» La
intervenció per a
separar les nenes, que
van néixer unides per
la part de l'abdomen,
hi han participat 20
professionals i ha
durat cinc hores.
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