Barcelona, 7 de noviembre de 2023 Infancia
y
salud Los
niños se llevan la
peor parte de la
guerra La
guerra, igual la de
ayer que la de hoy,
según los ojos, los
recuerdos, los
sentimientos, las
sensaciones de una
niña que entonces
tenía diez años. Es
un texto publicado
por The Guardian el
31 de octubre de
este año de 2023: «Recuerdo
el silencio entre
los proyectiles
que caían: el
terror de vivir
sitiada cuando era
niña». Traduzco
y
adapto unos pocos
párrafos: «Era
una niña de 10 años en
1992 cuando Kabul fue
bombardeada una y otra
vez, y la vida se
convirtió en un ciclo
de hambre, miedo y
horror. Entonces,
como ahora, los niños
se llevan la peor
parte de la guerra. (...) Días
después, cuando hubo
un momento de calma,
fuimos a visitar a
nuestro vecino. La
casa había quedado muy
dañada. El cohete
había atravesado un
lado de la pared y
había destrozado todas
las ventanas. La casa
estaba en silencio, lo
que resultaba extraño
y siniestro... La
familia estaba
sentada... El hijo
menor estaba tumbado
en un rincón del
salón, herido, con la
piel amarillenta y
vendado. Parecía soñar
despierto, con los
ojos fijos en el
techo. Sentí
náuseas... Algo en lo
más profundo de mi
pequeño cuerpo de niña
sabía que se estaba
muriendo. No quería
estar cerca de él...
Cuando murió, no hubo
funeral... Lo
enterraron en el
jardín, en una pequeña
tumba con forma de
niño. (...) Mi
tía nos animaba a
comer lo que sea que
tuviéramos, y nos
contaba lo que había
oído decir a los
vecinos. Hierven los
huesos tres o cuatro
veces para hacer un
mismo caldo tres o
cuatro veces, y se
toman el caldo sin
nada más. (...) Un
tiempo después
empezaron a circular
los rumores que decían
que los padres habían
empezado a darles
veneno para las ratas
a sus hijos. Porque no
podían soportar verlos
morir de hambre. (...) Cada
vez que caía un
cohete, moría un niño.
Me enteraba de la
muerte de mis
compañeros de clase,
de mis vecinos, de
niños que conocíamos.
Niños que antes
corrían jugando al
escondite y a la
rayuela. Todos
desaparecidos. La
alegría de trepar a un
árbol, las travesuras,
las pataletas, todo se
ha ido, todos se han
ido. (...) Aprendí
que morir era mejor
que acabar herida o
mutilada. Los
hospitales de Kabul
estaban desbordados de
heridos y de casi
muertos. No estoy
segura de lo que
ocurría entonces con
los enfermos. Escuché
historias de gente que
moría de metralla en
la cara, de muertos
que tardaban días y
días en morir. Oí de
personas que se
desangraban tras haber
perdido un brazo o una
pierna por una
explosión, de niños
que morían desangrados
en brazos de sus
padres, ya sin brazos
ni piernas. Supe de
mujeres que daban a
luz mientras morían a
causa de las heridas,
bebés que nacían justo
cuando sus madres se
desangraban por una
herida de metralla.
(...)
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