Santa
Fe y Canet de Mar,
15/09/23 La
viruela,
la vacuna y el Conicet La
primera
vacuna que recibieron
los escolares de Santa
Fe fue la
anti-variólica, contra
la viruela, pero en
mucho era diferente de
lo que hoy llamamos una
vacuna. Era efectiva,
sin duda, y de uso
masivo en el país, pero
no estaba libre ni de
complicaciones ni de
rechazo. Para
asegurarse
de que todos los alumnos
estaban vacunados, en
1884 se creó el Cuerpo
Médico Escolar, que
dependía de Educación.
Esta vacuna era
obligatoria para
comenzar la escuela. Hay
que observar que la
escuela primaria se hizo
obligatoria en el mismo
año de 1884. Por lo
tanto, se puede afirmar
que ya en sus orígenes
formales la escuela
argentina contaba con
profesionales sanitarios
que velaban por la salud
de los alumnos. La
vacunación
anti-variólica era
obligada para todos los
escolares desde hacía
unos pocos años. En
efecto, una ley de 1880
así lo establecía. Desde
cuatro años antes
(1876), esta vacuna era
obligatoria para todos
los inmigrantes. En 1886
sería obligada para
todos los habitantes de
Buenos Aires, y entre
1902 y 1903 se extendió
la obligatoriedad a todo
el territorio nacional. Hacía
tiempo
que Argentina vacunaba a
gran escala contra la
viruela, que era un
verdadero flagelo. Tanto
era así que una de las
pocas decisiones
sanitarias que tomó el
nuevo gobierno salido de
la Revolución de Mayo de
1810 fue precisamente
promover esta
vacunación. Y
recomendaban que los
hombres recibieran la
vacuna en el brazo pero
que las mujeres lo
hicieran en el muslo, a
fin de evitar la
posibilidad de que a
ellas les quedaran
desagradables marcas
visibles en el brazo. La
vacuna,
en efecto, solía
producir una forma
mínima de viruela, que
podía dejar marcas para
toda la vida. También
existía la posibilidad
de contagiarse, durante
el procedimiento de
recibir la vacuna, de
tuberculosis o de
sífilis, al parecer
procedentes de las vacas
de las cuales se extraía
el material para la
inoculación vacunal.
Eran más bien terneros,
Hereford o Durband. Pese
a
estos inconvenientes, y
a otros muchos también,
la vacuna anti-variólica
resultó efectiva y
contribuyó de manera
decisiva a eliminar la
viruela del país. Cabe
recordar que la viruela
es la única enfermedad
infecciosa que ha sido
por completo erradicada
en todo el mundo. Esto
se logró gracias a las
muchas campañas de
vacunación, y a la
capacidad de responder
rápido, con vacunas y
aislamiento, a la
aparición de un brote. Vacunación
y
aislamiento de la
provincia fue lo que
hizo Santa Fe a mediados
de la década de 1930
cuando se declaró un
brote de viruela en
Entre Ríos. Tal vez
algunos aún recordaban
una epidemia anterior,
en 1871, de triste
recuerdo. El brote de
viruela había aparecido
en la provincia de
Buenos Aires (en San
Pedro, Junín, Baradero y
Zárate), y se extendió a
Santa Fe, hasta el
puerto de Rosario.
Entonces hubo mucha
resistencia a recibir la
vacuna puesto que
generaba dudas y miedos,
desconfianza, e incluso
se decía que si Dios
había decidido que los
niños se tenían que
contagiar, incluso morir
de viruela, todo intento
para evitarlo sería
inútil. Una
década
después nacería en
Francia la Liga
Internacional contra la
Vacuna, aunque ya
existía una organización
similar en Gran Bretaña
desde 1853.
La
prensa santafesina, en
cambio, permanecía
atenta a la evolución
general de la viruela en
el país y en el
extranjero, y contribuyó
en gran medida a
promover la vacunación
anti-variólica. Las
vacunas
eran argentinas,
elaboradas aquí. En
1921, por ejemplo,
Argentina produjo casi
dos millones de dosis de
vacuna anti-variólica,
para un país que
entonces tenía unos ocho
millones de habitantes.
Y en 1936 la producción
fue de dos millones y
medio de dosis, para lo
cual hicieron falta 222
terneros. La mayor parte
de esta gran cantidad de
vacunas procedía de lo
que hoy conocemos como
Instituto Malbrán, que
debe su nombre a Carlos
G. Malbrán,
catamarqueño, eminente
médico y político,
figura relevante en la
salud pública argentina. Nada
de
esto es de mi propia
cosecha, sino que son
extractos resumidos de
una excelente monografía
(*) publicada el año
pasado por la
Universidad de
Cambridge, que es una de
las mejores del mundo. Y
lo que aún es más motivo
de orgullo: la autora es
argentina, profesora de
la Universidad de La
Pampa. Es decir, un
estudio histórico del
nivel más alto publicado
al nivel más alto. Y financiado
por el Conicet. (*) María Silvia Di Liscia, «Smallpox and immunisation policies in Argentina from the nineteenth to the twentieth century», Cambridge University Press. Medical History (2022), 66: 323-338. Lo
único que perdura En
este
contexto de una
monografía argentina
sobre historia argentina
publicada por una de las
universidades más
prestigiosas del mundo,
y financiada por el
Conicet, lo que se dijo
sobre el Conicet, y
sobre las escuelas y el
Ministerio de Educación,
retratan a quien lo dijo
como quien no vale la
pena. No estamos
jugando, ni hacemos
teatro. No se puede
jugar con la infancia,
ni con la salud, ni con
la educación, ni con la
ciencia. El espíritu,
las palabras, los
gestos, todo debe ser
constructivo puesto que
la situación no está
para bromas. La
historia
de cómo Argentina venció
a la viruela, y la hizo
desaparecer de todo su
extenso territorio años
antes de que lo hicieran
los países de su
entorno, es una
demostración más de que
las cosas se pueden
hacer bien. Demuestra
que hubo un alto grado
de responsabilidad, en
los diversos niveles,
que se supo mantener
durante décadas. Y es
gracias a la
financiación del Conicet
que ahora nosotros, y el
mundo, sabemos qué pasó,
qué fuimos capaces de
hacer. Ahora, acá, por
suerte, aquello que se
dijo el viento se lo
llevó. Y perdura aquello
que se hizo bien hecho. El
proceso
por el cual Argentina
erradicó la viruela de
su territorio fue largo
y tortuoso. La ciencia
debió sortear muchos
obstáculos, logísticos y
políticos, y el
desprecio de algunos con
mando. Pero había la
voluntad de hacer las
cosas, y de hacerlas
bien, y hubo que vacunar
y revacunar en numerosas
ocasiones, y las vacunas
eran cada vez mejores. Y
en 1971, especialistas
de la Organización
Panamericana de la Salud
llevaron a cabo una
inspección de la
provincia de Santa Fe, y
certificaron que ya no
había casos de viruela.
No obstante, la vacunas
continuaron unos pocos
años más. Cabe
remarcar
que tanto la producción
de vacunas como todo el
resto de la compleja
logística que llevó a
controlar por completo
esta enfermedad en todo
el país se hizo con
esfuerzos y dineros
públicos, sin contar con
lo privado ni menos con
estructuras
privatizadas. Y que la
educación sanitaria de
la población fue una
constante, tanto desde
la prensa como desde
Educación. En
1979,
la Sociedad Argentina de
Pediatría recomendó
dejar de vacunar contra
la viruela porque
entendían que el riesgo
que tenía un niño
argentino de infectarse
de viruela era ya
remoto. Y así fue: nunca
más vacuna
anti-variólica, nunca
más viruela.-
Publica El
Litoral,
sábado 23/09/23: [html]
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