Barcelona
y Santa Fe, 15/08/23 SOBRE
LOS MUÑECOS Había
un bebé abandonado y
varios al parecer lo
vieron en la arena
pero no hicieron
nada porque, según
diría luego uno de
ellos, pensaron que
era un muñeco.
Algunos quieren
justificar lo injustificable
pero no lo
consiguen, y
entonces se
retratan a sí
mismos como
aquéllo que no
vale la pena.
Propongo repasar
la hemeroteca, los
diarios del pasado
martes 11 de julio
y días sucesivos.
En ellos me
fundamento, a
ellos me remito, y
lo proclamo así
para
que se sepa. Muchos
vienen pero no todos
llegan. Mientras
tanto va pasando el
tórrido mes de
agosto, aunque menos
tórrido que el
julio precedente,
y ambos menos
tórridos que
cualquier enero o
febrero en Santa
Fe. Pero igual se
quejan. Cierto
europeo suele ser
quejoso y a veces
se rasga las
vestiduras aún
sabiendo que la
hipocresía la
vemos todos, y que
hace mucho daño.
Quien ayer salió
corriendo en
busca de nuevos
horizontes se
niega hoy a
recibir a los
que vienen
corriendo en
busca de nuevos
horizontes.
Quien ayer
tocaba el timbre
y pedía algo
para comer hoy
se hace el sordo
y no escucha el
timbre porque no
quiere atender. A
primera hora de
aquel martes 11 de
julio, un hombre que
limpiaba la playa
descubrió que allí
había, sobre
la arena ya seca y
cerca del
agua, lo que
sin duda era
un bebé. Yacía
inmóvil,
vestido de
manga larga y
de pantalones
largos. En una
magnífica
playa
española, en
la provincia
de Tarragona,
bañada por las
aguas azules
del
Mediterráneo,
en pleno
verano.
Mientras
avisaba a la
policía, y el
sol estival se
erguía intenso
y cegador, se
acercó para
ver si estava
vivo, o muerto,
el bebé. No
sé si este buen
hombre sabía que
varias semanas antes
habían encontrado,
perdida en la
inmensidad azul
del mar, bajo un
sol inclemente,
una precaria
embarcación a la
deriva. Estaba
vacía y
profundamente
averiada. Las
mafias que
trafican con
personas suelen
avisar que va para
allá, es decir,
que viene para
acá, una patera, o
un barco, o un
gomón con tantas
personas
amontonadas a
bordo. Lo hacen
así, en un gesto
misericorde,
para que las
unidades de
salvamento
marítimo de las
costas europeas
vayan a
rescatarlos. Sabían
entonces que en
aquella patera
venían unas quince
personas, pero al
llegar los de
salvamento no
quedaba ninguna.
Estaba claro que
habían caído al mar.
Y que ya estarían
todos ahogados, y
que los peces
ya estarían
mordisqueando los
cadáveres de esas
personas ya sin
ilusión ni
esperanza. Así
fue, en efecto,
pero dos de
aquellos
desgraciados
pudieron cumplir
con el objetivo de
llegar a Europa,
aunque pagando un
alto precio. Unos
días después, en una
playa de Ibiza
aparecía el cadáver
ahogado y
mordisqueado de una
mujer joven. Ibiza
es una isla rancia,
refugio de
millonarios, de
futbolistas y
políticos de diverso
pelaje, de
traficantes y
consumidores de
droga, de nudistas
variados
y no pocos de
carnes péndulas,
de gente en
general pasada de
todo. Cada verano
recibe también una
miríada de
turistas, algunos
argentinos. Tiene
un único hospital,
del que dependen
varios centros de
salud de atención
primaria. En este
contexto les fue imposible
identificar
el cadáver de
aquella mujer
joven, y
entonces le
tomaron muestras
de material
genético, que
luego
codificaron y
guardaron,
por
cualquier
cosa. Buena
idea. Bastantes
días después, en
aquella playa de
Tarragona, la policía
retiró el cadáver
del bebé, o lo que
quedaría de él
puesto que había
estado mucho
tiempo en el agua.
Lejos de poder
identificarlo,
sólo pudieron
decir que tendría
unos ocho
meses de edad,
y que era una
niña. Le
tomaron
muestras de
material
genético, que
luego
codificaron y
guardaron, por
cualquier
cosa. Buena
idea. Más
tarde, cuando ya la
información
periodística parecía
apagada y ávida de
otras noticias, se
supo que ciertas
personas de la
provincia de
Tarragona se había
puesto
en contacto con
ciertas personas
de Ibiza.
Estas personas
de buena voluntad y
amplios
conocimientos de
genética cotejaron
el
material
genético del
cadáver de
aquella mujer
joven con el
material
genético del
cadáver del
bebé. Y llegaron
a la
conclusión de
que eran, en
efecto, madre
e hija. Madre
e hija, separadas
pero unidas a la vez
por el
lazo indisoluble
del amor,
y de la muerte.
Habían
llegado por
fin a la
tierra donde
esperaban
encontrar
nuevos
horizontes.
Sabemos que
son madre e
hija porque
algunos
profesionales,
o técnicos, o
administrativos,
pensaron,
luego hicieron
algo más de lo
estrictamente
imprescindible.
Alguien pensó
en esta
posibilidad,
se arremangó y
puso manos a
la obra. Y al
hacerlo les
devolvió la
dignidad, a la
madre y a su
hija. Es todo
un ejemplo
para pensar,
son todo un
ejemplo para
imitar. No
era un muñeco Identificar
un cadáver imposible
de identificar como
la madre del cadáver
imposible de
identificar de su
hija
bebé,
es devolverles a
las dos la
dignidad. Es
tratarlas como
personas. No era
entonces
un
muñeco. Era
una niña.
Muerta. Nadie
más vea un
muñeco allá
donde hay un niño.
Es decir, nadie menosprecie
a un niño por su
aspecto o por su
olor, o por la
mugre, sus pocos
modales o la
pretensión de ser
como los otros. Ni
nadie menosprecie
a un bebé por
causa de su madre,
del mal aspecto de
su madre o de
aquéllo que se ve
obligada a hacer.
Porque son personas
y tienen por
tanto toda
dignidad. Mientras
la crisis arrecia en
la Argentina
y
las diferencias
se hacen
cada
vez más
notorias, tal
vez por este
motivo algunos
todavía ven un
muñeco en el
bebé un poco
sucio que
utiliza una
mujer como
reclamo para
pedir. Pero no
es un muñeco.
Otros ven
muñecos en los
chicos que
dejan la
escuela porque
tienen otras
urgencias que
los apremian,
y en los
chicos que
deambulan por
doquier en
busca de
nuevos
horizontes. La
crisis
arrecia, y no
se le ve la
salida, ni
siquiera en la
promesa del
candidato,
puesto que
ésta no cuenta
con ellos
porque ni
votan ni
deciden, ni
salen en la
tele ni son
activos en las
redes
sociales, sino
que sólo son
noticia cuando
aparecen ante
quien no hace
nada porque
piensa que es
un muñeco. Nadie
intente justificar
lo injustificable.
Mientras unos se
bañan en las aguas
transparentes
del
azul mediterráneo,
otros tantos
se ahogan en
esas mismas
aguas, un poco
más allá. Pero
esto no impide
el lleno de la
playa, donde
incluso
argentinos
toman el sol y
se remojan
cada tanto en
las aguas
cálidas y
tranquilas de
este mar
cementerio. De
entre los muchos que
tienen la suerte de
llegar vivos a las
costas europeas,
abundan los menores
de edad que vienen
solos o con un
familiar, y no son
pocas las madres que
vienen con su bebé
en brazos. Si
consiguen llegar,
la ley los
protege. A todos
los menores de
edad, la ley
española les
garantiza el
acceso al sistema
sanitario, sin
restricción
alguna, y al
sistema educativo,
sin restricción
alguna. Tal vez
porque los niños y
los jóvenes son
muy necesarios.-
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