Santa
Fe y Barcelona, 01
de agosto de 2023 Buenas
ideas, buenas
experiencias El
mundo está lleno de
buenas ideas,
sencillas, que
solucionan
problemas,
complejos, que nos
afectan a todos. Hay
que mirar más allá
del patio de casa, y
descubrir que hay
otros, otras
personas igual de
inteligentes. No
somos más
inteligentes que el
otro. Y nos honra
el deseo de saber
qué hace el otro,
y cómo lo hace. Nos
honra la capacidad
para diagnosticar,
luego
solucionar
problemas, o
atenuarlos, y
salir adelante.
Todo lo demás es
pan para hoy y
hambre para
mañana, una
técnica que, ya se
sabe,
engorda
ciertos
bolsillos a
costa de hacer
flacos a los
otros. Me
propongo presentar
una buena idea,
gran experiencia.
Pero dejo
constancia de que
casi nunca se
puede importar e
implantar tal cual
lo que hacen los
demás, allá,
puesto que la
diferencia de
realidades lo
impide. En cambio,
sí que se puede
estudiar la idea,
y estudiar cómo se
la puede aplicar
acá, adaptada.
Esto exige tener
un espíritu
humilde y una
mente abierta, y
unas manos
solidarias y
generosas. El
consenso también
es un requisito,
tanto como lo es
la honestidad y
la
transparencia. A
finales de mes, el
lunes 28 de agosto,
otros miles y miles
de alumnos de
primaria y prescolar
comenzarán a recibir
una buena comida,
sencilla y
nutritiva, y lo
harán en
la escuela,
durante el horario
escolar. El
objetivo es
combatir los
crecientes índices
de desnutrición
infantil,
agravados
últimamente por la
sequía y la
inflación. La
desnutrición es
aquí infantil y
materna, puesto
que también son
altos los índices
de bebés
que, sin ser
prematuros,
nacen con poco
peso, lo que en
general se
interpreta como
desnutrición
fetal. Ya
se sabe
que un niño mejor
alimentado aprende
más y mejor, y
esto implica que
luego tendrá mejor
acceso al mundo
laboral. Como
consecuencia, las
ciudades serán más
seguras. Y toda la
compleja
maquinaria de
trabajo, salud y
bienestar estará
entonces bien
aceitada y
la rueda girará
tranquila y sin
sobresaltos. Es
decir, la
comunidad que
protege e
invierte en sus
hijos se protege
a sí misma y se
asegura el
mañana. Para
poder darles de
comer a tantos y
tantos escolares y
prescolares de más
de doscientas
escuelas, fue
necesario construir
diez enormes
cocinas, donde
trabajan unas tres
mil quinientas
personas. El diseño
y la construcción,
y la organización
de estas cocinas,
altamente
eficientes, está a
cargo de una
organización sin
fines de lucro, de
larga trayectoria
en alimentación
escolar a gran
escala: Food-Education. La
comida que sale de
sus fogones, en
cantidad inmensa, se
abastece casi por
completo de una
inmensa red de
pequeños productores
domésticos. Éstos
producen verduras,
frutas, legumbres,
pollos y gallinas,
huevos,
leche, pan, etc.
Sólo el 14%
procede de
mayoristas. Así,
unos comen, crecen
y aprenden; y los
otros tienen
trabajo, y todos
salen ganando. Numerosas
escuelas crearon un
huerto, con riego
artificial, donde
los alumnos mayores
cultivan tomates,
sandías, zapallos,
berenjenas,
cebollas, espinacas.
Y plantaron árboles
frutales.
Y todo
lo que entonces
sale del huerto
escolar alimenta
el comedor
escolar. Lo que
sobra, puesto
que mucho es lo
que producen, se
vende a
beneficio de la
escuela. La
comida se sirve en
platos de metal, y
todos sentados en
mesas largas o en el
suelo. O bien en
grupos de más o
menos seis,
éstos más mayores,
sentados a una
mesa o en el suelo
en círculo, y una
fuente de comida
puesta en el medio
para todo el
grupo, y comen con
la mano, tal como
es costumbre en
muchos países. Bien
se ve que no estoy
hablando de
Argentina ni de
Santa Fe. Pero
podría ser, ¿por
qué no? Estoy
hablando del
Programa de
Comidas
Escolares de la
ciudad de
Nairobi, capital
de Kenia, África
oriental. En
esta ciudad hay
más chicos que
en toda la
provincia de
Santa Fe. El
país es mucho
más pequeño que
Argentina,
pero tiene más
habitantes. En
cuanto a los
menores de 14
años, por
ejemplo,
mientras que
en
Argentina
representan
menos de una
cuarta parte
del total
de habitantes,
en Kenia son
algo más del
38%. El
citado Programa está
activo en numerosos
países africanos y
alimenta a
varios millones de
escolares, todos
los días. Son
cifras enormes,
como enorme es la
realidad, y
demuestran que es
posible hacer más,
mucho más, con lo
que tenemos a
mano. La
Unión Africana y el
Programa Mundial de
Alimentos están
detrás de estos
colosales
desarrollos. Una vez
por año, expertos en
alimentación escolar
masiva se reúnen
para compartir
experiencias, e intentar
mejorarlas. La
última vez fue en
Marruecos, el
pasado 1ro. de
marzo. Sólo
es una idea, grandes
experiencias. Antes
de rechazarlas,
airoso el
caballero,
remendados sus
pantalones,
propongo pensarla.
Más información
en: “Kenya
introduces huge
school meals
programme”
Lancet, 15/07/23 y
The
Guardian. En
el buen menú Las
experiencias
adquieren en estos
tiempos
una dimensión aún
mayor. Surgen de
la decidida
voluntad de
solucionar un
problema, o de
atenuarlo, o de
prevenirlo sin
querer esperar a
que la solución
caiga del cielo,
venga por decreto
o la anuncie el
candidato en
campaña. En
general es la
comunidad, o
un grupo de
vecinos, o de
padres, o de
jóvenes quienes
se organizan, se
asesoran y
llevan adelante
un proyecto o un
desarrollo que
resulta
necesario para
esa comunidad. Y
dado que aquello
que se hace es muy
importante
y puede servir
para otros con
similares
dificultades,
y similar
buena voluntad
y ganas de
arremangarse,
es necesario
que todo sea
transparente y
que quede asentado.
La experiencia
vale tanto por
sí misma como
por su
utilidad para
otros. Ya
sé que el caso de
Kenia es diferente
del argentino. Por
ejemplo, en
Argentina, de cada
mil bebés que
nacen, hay cinco o
seis que mueren
antes de cumplir
los 5 años. En
Kenia, en cambio,
son más de 30.
Este dato nos
convida al orgullo
pero es un poco
engañoso puesto
que es el resumen
de todo
el país. Y se
sabe, porque es
una triste y
dolorosa
realidad, mil
veces proclamada
y mil veces
olvidada, que
las perspectivas
de llegar vivo,
y sano,
los 5 años
depende mucho,
de manera
decisiva, del
lugar, de la
región de que
se trate
y de las
condiciones
socio-económicas
de la familia. Es
fácil encontrar
buenas experiencias
en Santa Fe, en
especial
las que benefician
a los chicos del
barrio. Son buenos
ejemplos. Se trata
de proyectos, a
todas luces
necesarios, que la
autoridad ignora y
que acaban
saliendo adelante
gracias a la buena
y férrea voluntad
de un grupo de
vecinos que
entienden que lo
hacen
ellos a pulmón,
o no lo hace
nadie. Hay
que tener en cuenta
que es doble el
objetivo de un
comedor escolar o de
un comedor
social de barrio
para niños. Por
una parte, hay
darle al niño unos
alimentos de buen
valor nutritivo.
Por otra parte,
enseñarles a comer
bueno y barato. Es
decir, la mala
comida, excesiva
en calorías,
excesiva en sal,
azúcar o grasa no
tiene ninguna
cabida en el
menú escolar ni
en ninguna
generosidad. En cambio, los alimentos buenos y baratos como la sopa, lentejas o garbanzos con huevo duro, verduras hervidas o crudas en ensalada, arroz y fideos con manteca, polenta con salsa de carne picada, algo de pollo, leche y pan, etc., son bienvenidos. Recordemos que la infancia de Santa Fe tiene problemas de obesidad, que es otra forma de malnutrición. Esto pasa, al menos en parte, por comer comida basura y tomar jugos y gaseosas. Por tanto, tenemos que alimentarlos a la vez que enseñarles qué comer. // Publica El Litoral, el miércoles 2 de agosto de 2023: html - jpg.
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