Santa
Fe, 15 de febrero de
2023 MARCOS
Y LOS DOS BEBÉS Un
liso y una empanada, en
una tradicional esquina
de Santa Fe, me
sirvieron para comprobar
que el paisaje, terco,
se repite. Hay que saber
quiénes son y qué se
puede hacer por ellos,
porque hace tiempo que
son parte del presente y
nadie quiere que también
sean parte del futuro.
Son los chicos que piden
y los bebés que se usan
como reclamo para pedir.
Les pondré nombre para
que sean más visibles. Tres
de ellos me llamaron
especialmente la
atención. El primero es
un chico que llegó
discreto y se quedó
parado al lado de la
mesa, sin decir nada,
tal vez pensando que su
mensaje ya era lo
bastante elocuente, o
tal vez porque ya estaba
cansado de pedir y se
quería ir a casa a
dormir. Serían las nueve
de la noche de un
caluroso jueves de este
febrero. Ni
delgado ni gordo,
tendría siete u ocho
años. Llamémosle Marcos.
Si no hubiera sido por
el yeso, Marcos hubiese
pasado como uno de los
muchos que deambulan
pidiendo por este
barrio. Son unas cuantas
manzanas, algunas peor
que otras, algunas
malolientes, impregnado
el ambiente de grasas y
fritangas. Pésimas las
veredas y ciertas aguas
turbias, renovadas cada
vez, que conviven con
restos de basura que
llevan días en espera. Marcos
tiene un yeso en el
antebrazo izquierdo. No
parecía un yeso
reciente, pero tampoco
se veía antiguo, ni
abandonado o descuidado.
Ni parecía un reclamo
para pedir. Pensé que
Marcos estaba orgulloso
de él. El yeso estaba
pleno de dibujos, tal
como suele pasar con
otros escolares que
deben llevar un yeso por
causa de una fractura.
Marcos, entonces, no es
la excepción. Siendo
que el yeso estaba
decorado como es usual
en estos casos, es
lógico pensar que en
casa reina un cierto
espíritu escolar o al
menos allí hay cosas del
colegio y ganas de
usarlas. Esto es síntoma
de una esperanza que
vale la pena aprovechar.
Es probable que el yeso
fuera posterior al final
de las clases, en
diciembre; y que tal vez
ya no esté cuando las
clases recomiencen, en
marzo. Es entonces un
yeso de verano. No
me pareció un yeso de
los más habituales,
motivado por una
fractura sin
desplazamiento del
cúbito o del radio, que
son los huesos del
antebrazo. Sino que
parecía un yeso
especial, quizás
motivado por una
fractura doble, y con
desplazamiento, de ambos
huesos del antebrazo.
Por tanto, Marcos tuvo
dolor, y mucho, durante
los minutos, o quizá las
horas que habrán pasado
entre el momento de la
fractura y el tiempo de
ponerle el yeso en el
hospital. Los pobres
sufren el mismo dolor,
pero durante más tiempo,
por motivos fáciles de
imaginar, que los clase
media. Así
fue como Marcos nos dejó
dos mensajes para la
esperanza. Uno, que le
gusta la cosa escolar, y
que entonces quiere
volver pronto a la
escuela. Dos, que tiene
acceso a un sistema
sanitario eficiente.
Ahora, la pregunta que
salta es un grito que
clama: ¿por qué Marcos
queda condenado a pedir
limosna si quiere ir al
colegio y tiene un
sistema sanitario que
vela por su salud? El
caso de Marcos y, como
veremos luego, también
el de Cristina y el de
Mauricio, son el síntoma
del fracaso
institucional. Más allá
de los nombres y lo que
representen, es evidente
que la realidad supera
al espejismo que propone
el discurso. La realidad
habla por sí misma. Esta
realidad necesita un
análisis serio, sincero,
sin discursos vanos ni
vanas promesas. Sin los
oportunismos y los
oportunistas de siempre.
Se necesita un espíritu
constructivo. Sobra, en
cambio, el espíritu
acusador. Unos
minutos después pasó a
pedir una chica que
llevaba un bebé en
brazos. Parecían madre e
hija. A la pequeña,
suponiendo que sea niña,
llamémosle Cristina.
Tendría dos meses, tal
vez tres. No sé por qué,
pero pensé que se
alimentaba de la leche
de su madre. Dormía
recostada sobre su
madre, el pecho infantil
recostado contra el
pecho maternal, y la
cara de lado, sobre el
hombro. La posición de
Cristina no parecía
cómoda, ni era adecuada
porque en ningún caso un
bebé debe dormir boca
abajo. Pero igual
dormía, ajena a las
miserias del entorno. No
tenía más ropa que el
pañal, que parecía
limpio. La mamá de
Cristina paseaba
lentamente a Cristina
dormida por las mesas, y
tuvo más éxito que
Marcos. Varios le dieron
dinero, pero nadie le
preguntó quién es
Cristina en realidad, ni
si es cierto que toma el
pecho. Ni cuántos meses
tiene, ni si está bien.
Nadie le preguntó si ya
había recibido las
vacunas de los dos
meses. Cristina y su
madre luego se alejaron
y se perdieron en la
inmediata oscuridad. Y
me sospecho que es aquí
en lo oscuro donde se
comanda la movida. Pero
allí, en aquel oscuro,
no sé si estaban las dos
chicas policía que
patrullaban a pie por
las inmediaciones.
Hubieran sido útiles,
pero no para penalizar,
sino para investigar.
Hay que averiguar qué
pasa, y con todo
detalle, antes de alzar
el dedo acusador y
criticar. Hay que ser
objetivos y reconocer
todos la propia culpa
antes de que la
autoridad se rasgue en
público las vestiduras,
se tire de los pelos y
prometa regular aquéllo
que algunos insisten en
llamar, no sin egoísmo
ni hipocresía, el ocio
nocturno. El caso de Mauricio ya no cabe aquí, pero igual cabe, porque hasta lo imposible es posible si hay ganas.
El
caso de Mauricio Por
último, ya sobre las
diez de la noche,
apareció otra chica que
pedía con un bebé en
brazos. Llamémosle
Mauricio, suponiendo que
es varón. De menos edad
que Cristina, moreno y
de pelos chuzos,
Mauricio se veía
abrigado en exceso por
un enterito grueso, de
manga larga. La chica lo
llevaba sujeto por la
barriga, mirando hacia
adelante. En la otra
mano tenía una mamadera,
demasiado grande y
demasiado llena para ese
bebé. Mauricio no decía
nada y se mantenía
despierto. Me
pareció que el caso de
Mauricio era un engaño.
La chica que lo sostenía
no parecía su madre
porque no lo tenía
agarrado como suelen
hacerlo las madres.
Parecía más bien que no
sabía cómo tenerlo, y
que lo llevaba para
mostrarlo. La mamadera
no parecía de él, o tal
vez lo fuera si de esta
misma mamadera le iban
dando pequeñas dosis de
leche a cada rato para
mantenerlo tranquilo.
Pensé que Mauricio no
era hijo de quien
parecía su madre. Pensé
que tal vez fuera un
niño prestado como
reclamo para pedir. Esa
mamadera, manoseada de
aquí para allá, es
imprudente y peligrosa.
Es fuente de infección,
de diarrea para el bebé,
y la diarrea del bebé
puede ser grave, por
deshidración y acidosis.
Si hay vómitos es peor.
A veces hay fiebre, que
puede ser alta. La
diarrea estival del bebé
puede ser mortal. Cristina
y Mauricio, y en
distinta medida Marcos,
son personas sumamente
vulnerables, y son
oscuras sus perspectivas
para el futuro. Aún
admitiendo que es un
problema difícil de
solucionar, vale la pena
ponerse a ver los
detalles y proponer
soluciones. Esto implica
un diálogo social. Mauricio,
como Cristina, también
tuvo más éxito que
Marcos. Y tampoco nadie
le preguntó nada, ni
nada le propusieron.
Luego de la ronda,
Mauricio y quien no
parecía ser su madre se
sumieron en lo oscuro.
Hoy, esta noche, la
historia recomienza, y
es probable que sus
protagonistas vuelvan a
ser Marcos, Cristina y
Mauricio. No me pareció
una improvisación sino
una puesta en escena.
Orquestada desde lo
oscuro, desde donde al
parecer se comanda toda
la movida. Publica
El
Litoral, martes
21 de febrero de 2023 [html]
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