Barcelona y Santa Fe, Navidad, diciembre de 2022 VINO,
AUNQUE AVERIADO /
Luego, "Amputados
pero contentos" Vino,
con navideña
puntualidad, aunque
averiado, el Niño
Jesús. Apenas verlo
comprobé que venía
averiado, pero aún así
me sonreía con los
ojos, como hacen los
recién nacidos, y me
extendía el único
brazo que le quedaba
para proponer un
abrazo más allá de las
heridas. El
brazo derecho no lo
tenía, y de él sólo le
quedaba la herida
abierta, seca,
exangüe. Amputado a
ras de la axila, el
brazo se lo habrían
comido los perros. Hay
quienes perdonan y
hasta olvidan el
atropello si a cambio
reciben algo rico para
comer primero, y
mordisquear después, y
recordar más tarde.
Quienes olvidan el
atropello, propio o
ajeno, vuelven a ser
víctimas del mismo
atropello. Ya
no se habla de la
amputación de niños y
jóvenes, tal vez
porque muchos rechazan
la náusea y prefieren
sumergirse en el ruido
que aturde y anestesia
los sentidos, y que no
es motivo de orgullo,
sino de vergüenza. Los
amputaban sin
anestesia, y le
tiraban al perro la
carne aún caliente,
palpitante. Al
perro, en cambio, no
le preocupa la
amputación porque para
evitarle todo
preconcepto, queja o
cuestión, le tiran la
carne fresca, recién
cortada, para comerla
enseguida, y luego en
un rincón, ya más
sosegado, mordisquear
los huesos. Ya se sabe
que piensa menos la
barriga llena, y la
cabeza entretenida, y
de esto se trata, es
una táctica bien
conocida. Somos así
víctimas del poderoso
que, aún no conforme
con lo malvendido, te
pone sobre los hombros
la túnica de la
vergüenza, reservada
sólo para los machos
del rebaño. No
son metáforas sino
realidades, tan
urticantes que no
falta quien abandona y
deja, y se va a la
cocina pensando que
tal vez se le
recalienta el agua
para el mate. Vino el
Niño Dios, en efecto,
pero amputado. Esta
práctica está
documentada durante la
guerra civil de Sierra
Leona, de 1991 a 2002.
Durante esta larga
guerra, amputar manos
o pies, o ambas cosas,
a niños y
adolescentes, incluso
bebés, fue algo
habitual. Hubo muchos
niños soldado, que
amputaban o terminaban
amputados. Todavía un
año después, en 2003,
la probabilidad para
un bebé de este país
de morir durante la
primera infancia era
100 veces superior a
la misma probabilidad,
por ejemplo, en
Islandia. Según
numerosos testimonios,
grupos armados
entraban al pueblo y
elegían a los padres a
cuyos hijos les
cortarían un pie o una
mano. Delante de sus
padres, al niño le
cortaban en general
una mano o un pie, y
se lo arrojaban a los
perros, que se la
comían. Otras veces
amputaban por arriba
del codo o de la
rodilla. Al
niño le avisaban, le
explicaban lo que le
harían. A todos les
daban tiempo para la
náusea y a los padres
a suplicar, en vano,
éste era el objetivo.
Y mientras unos
sujetaban a los
padres, otros
agarraban al chico.
Apoyado el miembro a
cortar en el suelo, de
un hachazo, o de dos,
o de un machetazo, o
de varios, se lo
cortaban. Y
desangrándose le
devolvían entonces el
hijo a sus padres. La
idea de hacerle un
daño profundo a un
niño o una niña en
presencia de sus
padres con el objetivo
de demostrar
superioridad racial, y
entonces humillar al
otro hasta el límite
del espanto, no era en
absoluto una práctica
nueva. Pero, como
provoca náuseas de
sólo pensarlo, hay
quien prefiere
controlar que no le
hierva el agua del
mate. Ya sabemos con
cuánta facilidad se
puede negar una
realidad y seguir
cantando. Algunos
sobrevivían
a la hemorragia, tal
vez gracias a una
acción rápida y
decidida, capaz de
superar la náusea.
Pero para que luego el
muñón quede más o
menos bien y tenga
alguna posibilidad de
adaptarle una
prótesis, se necesita
una cirugía que
arregle el extremo del
hueso y cubra luego el
extremo del muñón con
músculo, para que así
quede mullido. Me
imagino que la mayoría
de los niños amputados
morían desangrados
allí mismo, en
cuestión de minutos.
La magnitud de la
hemorragia sumiría al
angelito en un sopor
piadoso, maternal,
donde ya no hay dolor
ni conciencia, sino un
gran charco de sangre. La
realidad, sea la que
fuere, no desaparece
con el método de mirar
para otro lado y
ponerse a preparar el
mate. Tampoco
desaparecen los
problemas con el
método del pan y
circo. Es necesario
mirar la realidad a la
cara, y no caer en la
ingenua tentación de
pensar que somos todos
hermanos y nos
queremos mucho, porque
no es así. Vino,
en efecto, amputado
del brazo derecho.
Pero quien quiera
tener una mirada
amplia y realista, lo
que implica salir del
rebaño, podrá ver
claro que también
tiene amputaciones en
los dedos de la mano
izquierda. Para ver
claro hay que salir
del rebaño. Pero nos dicen que somos así. Esto no es cierto. Quieren que seamos así, cosa que es muy diferente. Nos quieren amputados pero contentos. Y es un error aceptar las cosas así porque, mientras lo sean, hay unos que se llevan casi todo el pastel a casa. Y, al otro día, vemos que de todo aquello sólo nos queda el agua caliente para el amargo del mate.
AMPUTADOS
PERO CONTENTOS A
finales del pasado mes
de noviembre, el
Colegio de Médicos de
Santa Fe volvía a
publicar este anuncio:
“Se solicita pediatra
para guardia de
Hospital Iturraspe.”
El mismo aviso se
había publicado un mes
antes, en octubre. Y
también unos meses
antes, en junio. Y
otra vez más en
septiembre del año
anterior. Es decir,
cuatro veces en poco
más de un año. En los
dos anuncios más
antiguos se incluye un
correo electrónico y
el nombre de una
persona a la cual
dirigirse y, en los
cuatro, un teléfono
para consultas. Hay
que reconocer que se
trata de vacantes
tentadoras, puesto
que, desde el punto de
vista profesional, es
mucho más interesante
el trabajo en una
guardia de pediatría
de un gran hospital,
donde prima la
ciencia, que en la
oscura intimidad de un
consultorio privado de
un sanatorio o clínica
de barrio. Pero el
punto de vista
profesional no es el
único, sino que
también hay que
considerar el punto de
vista económico y el
de las condiciones
laborales. Sería
ingenuo pretender
médicos o pediatras
amputados pero
contentos, y por tanto
hay que mirar bien qué
se ofrece. Habida
cuenta que, como es
evidente, no es fácil
encontrar y sobre todo
contratar a los
profesionales que la
ciudad obviamente
necesita, la autoridad
política, los
directores y los jefes
de servicio tienen que
asumir que los tiempos
exigen un cambio de
actitud. Pero el mismo
cambio de actitud se
les debe exigir a los
pediatras, y también a
las enfermeras que se
dedican a la pediatría
o quieran dedicarse a
ella, e incluso
también a los padres. Si
admitimos que la
mayoría de los casos
que se atienden en una
guardia de pediatría,
pública o privada, se
hubieran podido
solventar bien en la
atención primaria,
pública o privada,
entonces es fácil
entender que el cambio
de actitud debe
incluir mejores
estrategias
organizativas, de
personal y de
comunicación. La
búsqueda de un
consenso es el primer
paso. El problema se
debe compartir puesto
que las mejores
soluciones son siempre
las que resultan de
escuchar a todas las
voces, incluso a las
infantiles. Publica
El
Litoral el
jueves 29/12/22, en
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