Santa
Fe y Barcelona, 01/10/22 SI
HAY ALGO POR LO QUE VALE
LA PENA Flanqueando
precisamente al Día del
Estudiante, lo que
sugiere una maquiavélica
programación, los
pasados días 20 y 22 de
septiembre, martes y
jueves, no hubo clases
en las escuelas
públicas. Porque había
huelga, paro docente. La
semana siguiente tampoco
hubo clases públicas
durante los tres días
que precedieron a
nuestro patrono
Jerónimo, con igual
argumento, lo que al
parecer confirma lo
maquiavélico del
calendario. La
cuestión es polémica. Si
aceptamos que todas las
personas tienen
derechos, aceptaremos
también que existe la
obligación de unos
respetar los derechos de
los otros. Pero está
claro que hay unos
derechos más relevantes
que otros, y que a veces
el derecho de uno
colisiona con el derecho
del otro, y en este caso
debe haber un derecho
que prevalece sobre el
otro. La
cuestión es polémica. Lo
es porque el legítimo
derecho de un niño a
recibir educación,
formación, clases en la
pública, el acceso a la
escuela, debe prevalecer
sobre el derecho
docente, igual de
legítimo, de reclamar
mejoras en sus
condiciones laborales. Y
la cuestión es abusiva,
porque las estructuras
disponibles para el
reclamo docente superan
en mucho a las que
podrían usar los
alumnos, o sus padres,
para reclamar lo que les
es propio. Será
fácil admitir que cuando
el derecho de un adulto
colisiona con el derecho
de un niño, prevalecen
los derechos infantiles. Aquel
martes 20 de septiembre,
a eso de las 8 de la
tarde, casi de noche y
ya hacía un poco de
frío, estaba tomando un
liso con una empanada en
la vereda de una
conocida esquina
santafesina. Casi todas
las mesas, incluso las
del interior, estaban
ocupadas por otros que
consumían más o menos en
el mismo plan. Entonces,
desde lo oscuro apareció
una nena pidiendo algo
de dinero. Lo hacía con
un mensaje breve y poco
comprensible, desganado,
sin esperanzas ni
ilusión, sin una
sonrisa, con las manos
sucias, con mocos en la
nariz. Repetía su
argumento de mesa en
mesa, sin cesar,
monótono. Estaba
cansada. Quien parecía
ser su madre, un poco
más allá, la vigilaba, y
sostenía en sus brazos,
sin duda maternales, un
bebé. Nadie
levante el dedo
acusador. Nadie se
atreva a lanzar la
primera piedra, porque
nadie está libre de un
pecado que es de todos,
aunque las víctimas,
como siempre, son
aquéllos que tienen
menos voz, menos
representación, son así
más vulnerables. Vale la
pena detenerse para
pensar qué poco quiere
Santa Fe a sus hijos, y
qué poco hace por ellos,
y qué mal que lo hace
ahora. Se
dice que no hay
suficientes
profesionales para
atender las necesidades
de pediatría de la
periferia. Pero también
se dice que no todos los
pediatras cumplen en el
hospital todas las horas
que tienen contratadas.
El paciente tiene unos
derechos, y nadie tiene
el derecho de dejar sus
funciones públicas para
atender a sus asuntos
privados. Y si esto
último es un pecado que
provoca náuseas, más lo
es quien permite el
pecado y mira para otro
lado, y más todavía
quien acepta un turno en
la privada sabiendo que
el turno es en el
horario de la pública. Que
mire cada uno en
derredor y se pregunte
si es cierto, o no,
aquéllo que se dice. Y
que se mire al espejo
quien esté a punto de
caer en la tentación de
levantar el dedo
acusador. Y que por
último considere que si
pretende que se le
respeten sus derechos,
al mismo tiempo y en la
misma magnitud debe
respetar los derechos de
los demás. Hace
un cierto tiempo
comentaba aquí que los
pediatras, y en general
los recursos médicos, se
ofrecen a la población
de manera
desproporcionada. Son
escasos allá donde más
falta hacen, y abundan
allá donde menos falta
hacen. Es fácil
confirmar este extremo,
aunque de forma
empírica, por pura
observación, puesto que
no conseguí saber
cuántos pediatras hay en
la ciudad de Santa Fe,
ni cómo se distribuyen
los consultorios de
pediatría según los
barrios, ni cómo se
distribuyen los
pediatras y las
enfermeras de pediatría
según el número y la
densidad de chicos en
cada barrio. Parece
lógico pensar que
debería haber más
recursos profesionales,
de la salud y
educativos, allá donde
más chicos hay, o allá
donde más falta hacen. Es
evidente que Santa Fe
quiere poco a sus hijos
y que no respeta los
derechos de todos. Sabe
bien que muchos
deambulan, de mañana, de
tarde y de noche en
busca de las migajas que
caen de las mesas. Esos
hijos tienen el derecho
de ir a clase por la
mañana, hacer los
deberes y jugar por la
tarde, y dormir por la
noche. Este derecho
prevalece sobre otros. Este
derecho, en cambio,
parece que sí se respeta
en las instituciones
privadas. Y esto hace
que la cuestión sea
todavía más polémica,
puesto que si en lo
privado se respetan los
derechos de niños y
jóvenes pero no así en
lo público, de aquí se
desprende que el respeto
por el derecho de niños
y jóvenes es sobre todo
una cuestión de dinero. Y
los derechos de niños y
jóvenes no son una
cuestión de dinero, sino
de dignidad. Indigno
será entonces quien no
sepa ver la dignidad del
otro. EN
LA ESQUINA Conviene
sentarse en una esquina
y desde allí entender
que aún queda mucho por
hacer, y que por tanto
no conviene ir más allá
de un liso único y una
única empanada. Tenemos
que hacer que la vida de
ciertos chicos tenga
sentido y sea útil en el
futuro, para ellos y
para todos. Si no somos
capaces de ofrecerles un
presente como base de un
futuro, seguiremos
siendo testigos de una
inseguridad creciente. Hay
que saber cómo fue la
infancia de los muchos
jóvenes que hoy
protagonizan los muchos
episodios de violencia. Quizás
necesitemos más maestros
que policías. Más
escuelas, o las mismas
escuelas pero más
activas durante más
horas al día y más días
a la semana. Más
maestros y escuelas que
policías y comisarías. Hay
que prepararlos para
que, cuando les llegue
el momento, la droga no
les sea la mejor y más
fácil alternativa. En
la esquina que decía y
en muchas otras, y en
mitad de cuadra, abundan
los chicos que piden, o
que venden a cuenta de
otro. Esta es una
realidad de Santa Fe, y
desde hace mucho tiempo,
aunque también es una
realidad de muchas otras
ciudades del mundo. Es
necesario que las
escuelas permanezcan
bien activas, incluso
cuando el personal
docente se quede en
casa. Incluso será
necesario comprender que
un paro docente no
implica que el maestro
deba quedarse en casa o
salir a manifestarse,
porque ésto conlleva un
daño para el alumno. Hay
que buscar la manera
para que sean
compatibles, el derecho
al acceso escolar y el
derecho a unas
condiciones laborales
dignas y acordes a los
tiempos. Esto suena
difícil, pero no lo es
en absoluto. Requiere,
eso sí, una mentalidad
generosa y abierta,
espíritu solidario y
perspectiva de futuro.
Requiere entender cuál,
y sobre todo quién es el
objetivo. // Publica
El Litoral,
jueves 6 de octubre: html
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