Santa Fe y
Barcelona, 03 de
noviembre de 2023 Infancia
y salud MÁS
HOSPITAL
Y MÁS CENTRO DE SALUD Mientras
unos se
esfuerzan por seducir
incluso a quien ayer era
el enemigo, lo cual
demuestra
hipocresía, los otros,
es decir nosotros,
podemos poner los pies
en la tierra y
seguir debatiendo sobre
cómo mejorar. Me temo
que no podemos confiar
en quienes
no tienen fuerzas ni
luces suficientes, sino
en quienes sí las
tenemos, es
decir, en nosotros
mismos. La
clave no está allá,
y no lo estará en lo
inmediato, sino que está
acá, en nosotros, es
decir, en la
comunidad. En efecto,
porque somos lo que
ellos no son, ni fueron
ni serán, ni
podemos esperar que nos
arreglen hoy lo que no
arreglaron ayer, ni
podemos
esperar que nos
solucionen mañana
aquéllo que hoy llenan
de humo. Continuemos
entonces
con lo que decíamos los
otros días, sobre cómo
preparar los recursos de
pediatría para
adaptarlos a la
necesidad del otoño e
invierno, a fin de
prevenir lo que ya
sabemos que puede pasar.
De hecho, ya está
pasando, y
estamos recién en
primavera. La
autoridad nos dice
que cada vez hay menos
médicos que quieran
dedicarse a la
pediatría, y que por
esta causa hay menos
pediatras, y que menos
aún los habrá en el
futuro
inmediato. Es por esto,
dicen, que no hay
suficientes
profesionales para
cubrir
todos los puestos de
pediatría de hospital,
ni para cubrir toda la
necesidad de
pediatría de atención
primaria en los centros
de salud. Es probable
que la
cuestión no sea que no
los hay, sino que no
quieren, o no pueden.
Entonces hay
que preguntarse por qué. Se
sabe que la
depresión afecta con
mucha más frecuencia al
médico que está haciendo
la
residencia de su
especialidad que al
médico general, antes de
entrar a esta
residencia. Aunque este
dato no se refiere de
manera específica al
caso
argentino, no deja de
ser un motivo para
preguntarse por qué, a
qué se debe,
qué pasa. Estos
cuadros de
depresión se confunden
con el llamado síndrome
de estar quemado, o
síndrome de
agotamiento profesional,
más conocido por su
nombre en inglés: el
síndrome del burnout.
Es posible que ambas
enfermedades, en estos
casos, sin ser lo mismo,
tengan bastante en
común. Este
síndrome es mucho
más que la sensación de
estar cansado, o incluso
harto del trabajo por
causa de
sus exigencias, la
presión, las malas
condiciones laborales,
la poca
consideración del jefe,
el menosprecio, el
abuso. Desde el año
pasado, la
Organización Mundial de
la Salud lo considera
como una enfermedad
profesional.
Se lo puede definir como
el conjunto de signos y
síntomas que se observan
como
respuesta a una
situación de estrés
emocional crónico que
aparece en especial
en el personal de
profesiones
asistenciales que exigen
una relación constante y
directa con otras
personas, y que se
manifesta como
agotamiento físico y
psicológico, como una
actitud
despersonalizada, y con
un sentimiento de falta
de realización personal
y profesional. Este
último punto debe ser
remarcado. En
un documento de
consenso, la prestigiosa
Academia Nacional de
Ciencias de Estados
Unidos afirma
que este síndrome no es
culpa del médico sino de
la institución que lo
contrata. Y que se
origina por causa de las
muchas exigencias, de
las
dificultades para
adaptarse a una realidad
cambiante, a las pobres
condiciones
laborales, etc., y que
como consecuencia afecta
a la salud mental del
médico,
lo que a su vez
repercute negativamente
en los pacientes. No
es entonces un
problema de ciertos
pediatras, ni que los
pediatras no quieran
trabajar, sino
una enfermedad laboral
cuya causa está sobre
todo en el hospital o en
el
centro, que les exigen
más allá de lo que es
digno y razonable. Es
fácil
imaginar que quien más
fácilmente puede caer en
este síndrome es el
médico que
trabaja en planta de
hospital y además debe
hacer guardias, o quien
se ve
obligado a atender a más
pacientes por hora de lo
que es prudente, o tiene
que
atender durante más y
más horas sin
interrupción. No
pretendo decir con
esto que la causa de la
falta de pediatras de
hospital se debe a este
síndrome,
aunque en parte sí que
podría serlo. Sólo
pretendo aportar
argumentos al
debate, y tratar de
entender por qué algunos
prefieren la aburrida
mansitud de un
consultorio de pediatría
de un sanatorio cuya infraestructura y
capacidad profesional y
científica quedan muy
por debajo de la que
tienen los hospitales de
la ciudad. El
hospital y el centro
de salud tienen entonces
que ofrecerse a sí
mismos como las
alternativas más
interesantes, sobre todo
desde el punto de vista
de la realización
personal y
profesional. El barrio,
la comunidad, cada uno
de los pacientes también
tienen
que mirarse al espejo
para ver cómo contribuir
a la mejora general. Mirarse
al
espejo Cada autoridad,
sea del nivel que sea,
debe mirarse al
espejo y asumir la parte
de responsabilidad que
le compete. Y los
pacientes deben
usar con responsabilidad
el servicio que tienen
la suerte de tener,
porque lo
pueden perder. Y los
médicos deben entender
que tienen una deuda con
la
comunidad. La
responsabilidad queda
así repartida. Tenemos
que darle al
hospital y al centro de
salud el lugar de
relevancia que se
merecen. Tenemos
que hacer que trabajar
en la pediatría del
hospital o del centro de
salud sea
un motivo de orgullo,
puesto que de aquí se
deriva la realización
personal y profesional.
Y luego se deriva todo
lo demás: el celo
profesional, la
formación continuada,
la docencia de pre y
post-grado, el
cumplimiento del
horario, el buen trabajo
asistencial, la empatía
con los pacientes, el
deseo de saber cada día
algo más,
las ganas de hacerlo
mejor. Las instituciones
suelen defenderse
aduciendo ciertas
normas administrativas
que proceden de estratos
superiores, y tienen
razón.
Pero también es cierto
que muchas veces se le
encuentra la solución al
problema
en el nivel
doméstico, es
decir, entre nosotros,
en el seno de la
comunidad. Para ello
hace falta reconocer el
problema, admitir las
culpas y
repartirlas, y tener una
buena dosis de buena
voluntad y sentido
común. Y no
venir con exigencias
poco razonables. Otras
veces aducen que esto se
ha hecho
siempre así, y entonces
hay que revisarlo porque
a la vista está que no
funciona, o ya no vale
la pena, hay que
cambiar, hay que
adaptarse a una nueva
realidad. Es necesario
entender que hay un
problema que nos afecta
a todos, y que entre
todos tenemos que buscar
una solución, hasta
encontrarla.
La queja sin mirarse
antes al espejo, y el
lavarse las manos, como
ya se sabe,
no ayudan para nada.- //
Publica El Litoral,
el viernes 3 de
noviembre
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